• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

¿Literatura y Navarra es posible?

Por Eduardo Laporte

Las redes sociales han desvelado a un montón de autores navarros que permanecían en penumbra. Hay actividad pero, ¿habrá posteridad?

autores navarros

Escribíamos ayer sobre el documental de aquel ‘Sonido Pamplona’, producido por Bea Echeverría, que hablaba de aquel magma musical a contracorriente que dio color indie y de rock viejo y lisérgico a los otrora vetustos bares de la ciudad. Quienes participamos más o menos activamente en aquella movida, o lo que fuera, guardamos celosamente el recuerdo de aquellos días, pero con el marchamo siempre agridulce de lo efímero.

¿Qué grupos sobrevivieron? Difícil señalar hoy uno que trascendiera las barreras de la foralidad o, que viene a ser lo mismo, del indie más alternativo para adeptos y adictos a Radio3.

¿Qué pasará con la literatura con denominación de origen navarro? ¿Alcanzará tanto prestigio como los quesos del Roncal o el moscatel de Ochoa, si se me permite tan pedestre comparación? ¿Quienes ahora participamos, más o menos activamente, en este furor literario, correremos similar suerte que aquellos músicos que ya sólo evocan los ‘connaisseurs’ más nostálgicos? Porque un escritor puede tener un ego que saciar, pero también gusta de llegar a una inmensa minoría, o mayoría normal, pero inmensa de algún modo. Tocar las almas inmensas, digamos, y para dar con ellas y compartir lo que se quiere compartir a veces son necesarias muchas horas de vuelo.

Es famoso aquel exabrupto de Baroja al respecto de aquel periódico antediluviano, ‘El Pensamiento Navarro’, que al autor de ‘El árbol de la ciencia’ le parecía un oxímoron como una catedral pagana. Pero, ¿es posible realmente ser navarro y escritor? ¿Existe realmente, en la era del Erasmus, internet, HBO, los viajes low cost y Netflix, lo navarro?

Ese tema daría para ríos de tinta, pero yo diría que sí. Más diluido que antes de todas catapultas de cosmopolitización exprés pero sí, precisamente por eso, por exprés. Detrás de una barba hípster hay muchas décadas de forja de un carácter prudente, reservado, enemigo de lo excéntrico y amigo de lo discreto. Un caldo de cultivo del espíritu, pues, poco proclive a la literatura entendida como un ejercicio de transgresión y libertad (léase ‘El Quijote’) y de una manifestación de la intimidad, del sentimiento.

El hecho literario podría considerarse por tanto una excepción en el carácter navarro, como lo es también ese periodo loco y anarca que son los Sanfermines, espacio para el jolgorio pero, sobre todo, para la revelación de todas las cosas que no se han dicho durante el resto del año así como para los cortejos que tampoco se dieron durante noviembre, valga el topicazo.

Más allá de mis divagaciones de sociólogo localista de todoacién, la historia confirma que Navarra no ha sido a la literatura lo que Alemania a la música. Pulso la opinión con una encuesta improvisada en Facebook: «Dígame usted un autor navarro de todos los tiempos». El más citado es Miguel Sánchez-Ostiz, el único que aparece varas veces entre los diez o quince participantes del minúsculo sondeo. También se nombra a Francisco Javier Irazoki, Manuel Hidalgo, J.J Benítez, Eduardo Gil-Bera y, citados por amigos navarros, Iribarren, Navarro Villoslada, Margarita de Navarra y Patxi Irurzun. Varios afirman no conocer a «ninguno» y nadie cita a Ramón Irigoyen o a Pablo Antoñana, con sus más de veinticinco libros publicados este último.

Estoy seguro de que si uno pregunta en la calle Preciados de Madrid quién fue Pablo Antoñana o José María Iribarren el silencio es la respuesta más habitual. No pasa lo mismo con los Miguel Delibes, Rosalía de Castro, Emilia Pardo-Bazán, Leopoldo Alas ‘Clarín’, Blasco Ibañez, Josep Pla, Javier Tomeo, Juan Ramón Jiménez, Rafael Sánchez Ferlosio, Antonio Machado, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, María Zambrano, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute, autores destacados del siglo XX a los que aún habría que sumar los cuatro premios Nobel.

Conclusión: ningún autor navarro, a excepción quizá de Miguel Sánchez-Ostiz, premio Herralde en 1989, entre otros galardones, o Manuel Hidalgo, conocido sobre todo por sus crónicas en ‘El Mundo’, está presente en el imaginario colectivo español.  ¿Rafael García Serrano y su ‘Plaza del Castillo’? Quizá en los años cincuenta. Y del premio Nadal (‘Narciso’, 1978) Germán Sánchez Espeso me temo que nadie se acuerda.

Dolores Redondo. Vale.

Esta primavera, podremos leer una selección de autores navarros compilados en un libro colectivo que publicará Pamiela, la misma que ha mandado a la imprenta tantos títulos de los citados Sánchez-Ostiz o Antoñana, en un proyecto que ha coordinado e impulsado Miguel Campion, con Txema Aranaz al frente de la nave editorial. Entre los autores, Begoña Pro Uriate, Margarita Leoz, Iñaki Echarte Vidarte, Ignacio Lloret, Patxi Irurzun, Carlos Bassas, Pablo Ojer, Alejandro Pedregosa, Carlos Erice o Idoia Saralegui. Y entre las ausencias, la de Javier Serena, autor de un ambicioso ‘Atila’, que me reconoció hace poco que se siente más cómodo en los trayectos largos. O la de un Juan Gracia Armendáriz cuya obra diarística reciente raya a gran altura. O la de Fernando Luis Chivite, cuyo ‘Insomnio’, de hace ya diez años, figura entre mis libros favoritos. O la de Eduardo Iriarte. O la de Julia Montejo, que pronto presentará nueva novela con la infidelidad como telón de fondo. O la de Amaya Ascunce, conocida por su serie de la drama mama, que cuando se ponga en plan literata total nos dará más que una sorpresa. Y de alguno que me olvido, fijo. Pero hablamos de un libro colectivo surgido de un modo un tanto espontáneo y de libre adhesión, no de una antología nacida con vocación de fijar.

No deja de ser, no obstante, una muestra de lo que se hace aquí, o allá. Porque no todos los autores residen en Navarra, pero la llevan de alguna manera en su interior. Las raíces, la infancia, la forja de un carácter, la rebeldía contra ese carácter heredado. Quizá sea, precisamente, a través de esa rebeldía como se consiga dar ese salto más allá de las murallas de lo local. No tanto por acaparar laureles sino por lograr esa conquista pacífica del lector ideal, resida en Mallorca o en Finisterre y, de paso, demostrar que también se es capaz de trabajar con esa materia sensible de las emociones y su misterio.

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