• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / El zurriago de Oteyzerena

Euskañol Batua

Por Carlos Jordán

Vizcaino, Guipuzcoano, Navarro, Labortano, Suletino, Salacenco, Roncalés, Baztanés y Burundano son las lenguas que originariamente y hasta hace apenas 50 años eran de uso exclusivamente familiar con un léxico medio de unas 300 palabras con grandes diferencias entre sí, producto de la evolución natural de un idioma aislado geográficamente en los valles de los que adoptan el nombre.

Uno de los mapas del modelo D en euskera que se muestra a los alumnos de Navarra, con la Comunidad foral completamente integrada. ARCHIVO.
Uno de los mapas del modelo D en euskera que se muestra a los alumnos de Navarra, con la Comunidad foral completamente integrada. ARCHIVO.

De entre ellos destacaba el labortano, más difundido que el resto favorecido por una orografía menos agreste que permitió su difusión, dando en 1571 pie a la traducción del Nuevo Testamento a petición de la ferviente hugonote y  la reina de Navarra (la Baja Navarra) Juana de Albret.

En 1919 surge como consecuencia del movimiento nacionalista de Sabino Arana la Real Academia de la Lengua Vasca, impulsada por las diputaciones de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava con el objetivo de implementar el uso de los idiomas vascos en las urbes debido a que en palabras textuales de Larramendi “Los vascongados no parece que han hecho aprecio de ellas, dentro de su territorio destierran cuantos medios pudieran conducir para conservarla, nada se lee ni se escribe ni se enseña a los niños en vascuence ¡no hay maestro que quiera ni sepa deletrear su lengua!”

Tras años de estrategia y honrando al lema de la Real Academa de la Lengua Vasca “insistencia y continuidad” se desarrolló un debate en torno a la unificación de las lenguas vascas, navarras y francas donde se crearon dos feroces frentes, los puristas que se negaban en rotundo a crear un idioma de laboratorio en pro del Labortano y los nacionalistas que veían en la unificación la posibilidad de aumentar su influencia entre otras. Finalmente venció la posición nacionalista en 1968 con la reunión del santuario de Aránzazu y se encomendó la unificación a los lingüistas Koldo Mitxelena y Luis Villasante.

Sus posiciones partieron de las razones biológicas y sociolingüísticas, edificando el Batua sobre la base común del labortano, sintagmas grecolatinos y neologismos castellanos, cuyo caballo de batalla fue la letra “H” la cual estuvo sujeta a un debate de alto contenido político, consecuencia de su ausencia en las lenguas de la parte francesa y su existencia en las lenguas de la parte española.

Continuando con el asalto a la cultura tradicional navarra, el ejecutivo nacionalista de Barcos pretende arraigar en toda Navarra un idioma artificial creado por intereses nacionalistas y rechazado en parte por los hablantes de las lenguas originales. Tan contradictorio es el interés cultural y la difusión del Batua como que Euskal Herria lleve “H” y que muchos anticlericales la tilden como  “una cosa de curas”.


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