• domingo, 28 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Gora el cotxe askatuta

Por Javier Ancín

"Qué afortunados somos los conductores de coches, que en cualquier momento puedes poner un punto y aparte en tu semana y desaparecer un rato".

Una mujer conduciendo su coche. volante. conducir.
Una mujer conduciendo su coche. volante. conducir.

Llegado a una edad donde los pecados capitales ya no son vicio sino que son un milagro, hay que darles mimo para no perder esa esencia que nos hace humanos.

Abandonados todos esos inútiles que se suelen producir en la última niñez y primera juventud: irá, soberbia, envidia, avaricia... que dan mucho trabajo, son muy cansados, pero no aportan nada, te vas refugiando en otros, los placeres mundanos, que al menos te dejan un sosiego de ánimo, una paz espiritual, que da gloria abandonarse a ella.

También os digo que si no fuera por la película Seven, hay que ver el poco poso que me quedó de las catequesis ochenteras, no sabría enumerarlos.

Pereza, gula, lujuria... iba pecando como un bellaco el otro día, conduciendo por la costa de regreso de Biarritz, mientras iba licuándose roja y rosa y morada la tarde contra el Atlántico de Frederic Beigbeder.

A falta de un muslo que acariciar -Las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como se besa a un santo, que escribía Ramón de Campoamor-, llevaba una mano en el volante y la otra en una caja de macarons de Maison Adam que iban desapareciendo a cámara lenta, como una a una caen todas las dramáticas lagrimas de los ciclistas ideológicos sobre su inhumano carril de cemento por el que transitan.

Cada uno se lo monta como puede. Un Buen Día que cantaban Los Planetas. Y tanto. Siri, ponme la canción. Y sube el volumen. Qué felicidad es bajar al garaje, chuiqui-chuiqui, montarte en el coche saboreando la pereza infinita de la comodidad que el asiento cuida, comprobar que la temperatura del climatizador está en 22°C, conectar el móvil, que se despliegue el mapa en la pantalla del salpicadero, introducir destino, disparar la lista de canciones favoritas, abrir la cancela y echarse al mundo protegido por semejante prodigio de la ingeniería.

Hala, a recorrer los caminos, los paisajes, los mundos. Viva el automóvil. Viva la vida. Conducir, desplazarse confortablemente de un punto A a un lejano punto B en menos de hora y media, atravesar la frontera con Francia, sin más objetivo que el de pasar la tarde comprando una novela gabacha en esa antigua boutique de Chanel reconvertida en librería y pasear después por delante del casino art decó, mientras la ojeas, no tiene precio.

Qué afortunados somos los conductores de coches, que en cualquier momento puedes poner un punto y aparte en tu semana y desaparecer un rato, sin horarios, sin esperas, sin billetes, sin más historias que tú y la máquina, simbiosis perfecta, libertad suprema.

¿Puede haber algo más celestial que disfrutar de los prodigios que los humanos hemos creado para ponerlos a nuestro servicio? Me parece perfecto que algunos dediquen su vida a salvar a las ballenas; yo, acariciándome la panza, prefiero alimentarlas.

El coche no da la felicidad, es verdad, pero produce una sensación tan parecida que solo un experto, que yo no soy, podría diferenciarla. Y eso es todo.


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