• domingo, 28 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El manicomio que es la administración publica

Por Javier Ancín

"La situación era extrañísima. Todo estaba perfectamente iluminado, a pleno rendimiento, pero no había nadie ni atendiendo ni esperando. Casi se podía oír el trajín de la administración trabajando para el ciudadano si no llega a ser porque todo estaba en silencio, quieto, suspendido".

Oficina de Atención Ciudadana en Condestable - AYUNTAMIENTO DE PAMPLONA
Oficina de Atención Ciudadana en Condestable - AYUNTAMIENTO DE PAMPLONA

Hace unos años, antes de que se generalizara el surrealismo administrativo pandémico y se convirtiera en novela costumbrista, tuve que pedir un certificado de empadronamiento en Pamplona. No recuerdo exactamente para qué era, creo que para comprar un coche. Alguna ayuda de esas públicas absurdas que ni ayudan ni determinan la venta de lo que ya tenías planeado y apalabrado adquirir. 500€ en una factura de más de 20.000€. Para una comida y media en Arzak o en Mugaritz, me dije. Vamos para allá.

Me lo pidió el concesionario y yo, obediente, me acerqué al edificio del Contestable para que me dieran el papel. Hola, qué tal. Vengo a por un certificado de empadronamiento. ¿Tiene usted cita?, me preguntó el buen hombre. Cita... alguna de Winston Churchill creo que tengo por ahí, recuerdo que le dije al compadre del mostrador mientras hacía como que rebuscaba en el abrigo, pero no pilló la coña o no le hizo gracia o las dos cosas a la vez. No, no tengo cita. Esperaré la cola, le dije al buen hombre mirando la sala completamente vacía, con unas cuántas meses numeradas, también vacías.

La situación era extrañísima. Todo estaba perfectamente iluminado, a pleno rendimiento, pero no había nadie ni atendiendo ni esperando. Casi se podía oír el trajín de la administración trabajando para el ciudadano si no llega a ser porque todo estaba en silencio, quieto, suspendido. Aquella gran oficina parecía un buque fantasma con todas las velas izadas, los faroles encendidos, con olor a rancho en la cubierta, pero sin rastro de la tripulación. Un misterio.

Cita... le volví a decir mirándole con cara de asombro. Pues deme cita, a ver qué pasa. A lo mejor cuando me la diera todo adquiría vida. Yo qué sé. Como esas películas de terror donde el parque de atracciones se pone en marcha con sus fanfarrias a todo volumen y los caballitos girando sin público, siniestros. Y me soltó que no podía dármela, que tenía que llamar por teléfono, señalándome un modelo antiguo, fijo, con su cable saliendo del auricular, que había en una repisa a unos metros. Llame. ¿Que llame por ahí? Sí. Me acerqué con mi móvil en la mano, con la precaución de quién ha visto la escena mil veces en el cine: ahora descuelgo, hace contacto y explota todo. A tomar por saco Irroña. Ni tan mal.

No, da igual que esté ahí, para hoy ya no tiene, está todo completo, me dijo una voz analógica al otro lado. Pues deme para mañana... Tampoco, completo también. Pues para pasado o para cuando sea. El jueves lo tiene todo libre. Hoy es lunes, le dije, y no pareció escucharme. ¿A qué hora le viene bien? Tiene para las once, once y cuarto, once y media, doce menos cuarto y doce. Solo dan cuatro citas a la hora, pensé angustiado por la tremenda carga de trabajo a la que somete lo público a sus empleados. Y cuando estaba asimilando el asunto, dos funcionarios llegaron, uno con una bolsa de un supermercado en la mano, y se sentaron en sus mesas, cada uno en una punta, como esas misas de aldea donde las tres feligresas no pueden estar más dispersas, una en un banco a kilómetros de las otras.

Anote: jueves, once y media. Colgué y me acerqué a uno de ellos, pensando que este absurdo podría pararse de forma razonable hablando con él. Hola, ¿me puede atender, por favor? Necesito un certificado de empadronamiento. Lo siento, sin cita no puedo hacer nada por usted y volvió a la pantalla del ordenador con la mirada fija, sin teclear.

Me di media vuelta, el hombre aplastado por la maquinaria burocrática implacable, y salí de allí sin tan siquiera intentar discutir. Vuelva usted pasado-pasado mañana.

El jueves llegué con mi cita: DNI, impresora que opera, administrativo que recoge el papel, no le puso ni sello y me lo entrega. Total de la operación, dos mañanas perdidas, tres días de espera y veintitrés segundos de gestión.

Ayer salió la noticia de que al gobierno de Sánchez le han aflorado 300.000 funcionarios que no sabía ni que los tenía ahí, cobrando sueldo público, como quién se mete la mano en el bolsillo y se encuentra un billete en pesetas. ¿Y esto?

Telita con el universo paralelo que nos tienen montado a los sufridos contribuyentes que sostenemos este castillo kafkiano imposible. Y eso es todo.


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El manicomio que es la administración publica