• sábado, 27 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Una artista infantil para adultos

Por Javier Ancín

"De niño piensas que todo podrás comprenderlo cuando seas mayor. Y avanzas feliz dejando atrás esas bolsas de resistencia enemiga de la que ya te ocuparas cuando tu cabeza madure y se ensanche".

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No hay solución. La realidad se repite hacia sí misma tantas veces como quieras mirar. Si pones la lupa en un fractal, aparecerá la misma estructura y si a esa nueva observación le aplicas una lente con más aumentos, volverá a surgir lo mismo. Y así hasta el infinito, que supongo que será un punto concentrado, apretado, que si soplas, desaparece.

O para que lo entiendan mejor. De pequeño, en casa de mis abuelos, había una caja de palillos que me gustaba mirar porque tenía un dibujo de un avión que lanzaba desde su bodega decenas de cajas de palillos. Si mirabas una de esas cajas más pequeñas encontrabas el mismo dibujo de un avión que a su vez volvía a lanzar decenas de cajas de palillos y en ese nuevo lanzamiento, si conseguías mirar, que ya había que tirar de la imaginación, volvía a brotar mismo, un avión lanzando cajas de palillos como la primera que tenias en la mano. ¿De qué avión se habrá caído está que sostengo?

Replicarse, replicarse y replicarse. En eso consiste básicamente la vida en la tierra. Como en aquel cambiador de ropa con tres paredes de espejos que de crío había en la tienda de ropa Chile, en la calle Iturrama, y que si mirabas hacia una de las esquinas, te encontrabas fotocopiado en una hilera de ‘tus’, como si fueras el agente Smith de Matrix.

¿Quién de todos estos soy yo?, que terminaba allí, donde nunca termina nada, a lo lejos, muy lejos, lejísimos, donde el ojo no consigue fijarse porque si se fijaba, tu propio reflejo impedía que escudriñaras porque te lo ocultaba. Apártate, que no me dejas mirar qué hay detrás de ti, que soy yo, que somos nosotros, una fila interminable de anhelos.

De niño piensas que todo podrás comprenderlo cuando seas mayor. Y avanzas feliz dejando atrás esas bolsas de resistencia enemiga de la que ya te ocuparas cuando tu cabeza madure y se ensanche.

Hace unas semanas estuve en una exposición en el Guggenheim de Bilbao de la artista japonesa Yayoi Kusama. La pieza estrella era una habitación que había construido de espejos: cuatro paredes, techo y suelo. Como mi cambiador infantil pero a lo bestia. Te abren la puerta, te invitan a pasar, te la cierran y ahí te dejan un minuto con lo que fuiste, con lo que eres, con lo que no tienes ni idea que fuiste que tampoco sabes que eres, con tus reflejos y con los reflejos de tus reflejos que solo lo complican todo.

Te ves mejor que nunca, y te comprendes menos que ninguna otra vez. ¿Quién es ese al que le veo la nuca? ¿Así soy yo por la espalda, así me ven los demás, de una forma que yo no me reconozco porque me miro de una manera que no me he visto jamás?

Hacerse adulto es aceptar que todo aquello que ibas a comprender una vez llegado aquí, asumes que lo entendías mejor cuando eras un niño que no comprendía nada y que esperabas a ser adulto para entenderlo del todo.

Ya he pasado la mitad de la vida, y sospecho que haga lo que haga e intente lo que intente, si llego a viejo, eso está por ver con este hígado trabajado que llevamos a hombros, y me evalúo entonces delante de alguna otra exposición de arte moderno, llegaré a la conclusión de que hemos reproducido el mismo esquema, desde que tengo uso de razón. Sin mucho sentido, sin ningún sentido, como es básicamente la vida, un espacio absurdo donde miras reflejos creyendo que a todo esto podrás ponerle un nombre después, pero ese día no llega nunca. Y eso es todo.


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Una artista infantil para adultos